Reseña literaria
'La prueba del cielo', una vida más allá de la muerte
El neurocirujano Eben Alexander narra su experiencia
Hay quienes leen novelas de detectives por afición. Yo prefiero leer misterios de la medicina, especialmente de enfermedades infecciosas. Nada como tratar de adivinar un diagnóstico con pistas disímiles. ¿Habrá acaso más drama que el que enfrentan los médicos todos los días en un hospital? Si no fuera periodista, seria epidemióloga.Vea también: Clean, un libro por una vida limpia.
Creo que por eso me interesó tanto leer La Prueba del Cielo: El viaje de un neurocirujano a la vida después de la muerte, de Eben Alexander, que es el neurocirujano del título. En noviembre de 2008, el Dr. Alexander se despertó con un agudo dolor de cabeza y espalda, que pensó estaba relacionado a un catarro que no se le quitaba.
En unas horas, ya había entrado en coma en un hospital, rodeado de médicos colegas y familiares que no podían creer que el hombre vital de 54 años que conocían tan bien y que tanto querían —amoroso esposo, padre de dos hijos, abnegado médico— estaba postrado en una cama con pocas posibilidades de sobrevivir lo que parecía ser una rara infección que le atacaba el cerebro. Así, con los ojos cerrados y ajeno al mundo, permaneció siete días.
Pero lo que nadie sabía era que durante ese período de coma, el Dr. Alexander asegura haber explorado el mundo de los muertos. Y he aquí donde el libro se torna un poco confuso, con pasajes como: “Cada vez que me encontraba nuevamente estancado en el rudo Ámbito de la Visión de Lombriz de Tierra, podía recordar la luminosa Melodía Giratoria, que abría nuevamente el portal hacia la Entrada y el Centro”.
Para hacerle justicia al autor, debo aclarar que él explica los conceptos de “Ámbito de la Visión de Lombriz de Tierra,” “Melodía Giratoria,” “Entrada” y “Centro”, pero no son fáciles de entender.
Lo que sí es obvio es que el Dr. Alexander dice haber estado en el Cielo, y regresó a la vida porque no era su momento. La descripción de su retorno es maravillosa y emocionante. Siente como su alma —no encuentro otra palabra para describirlo— pasa de un mundo al otro.
En unas horas, ya había entrado en coma en un hospital, rodeado de médicos colegas y familiares que no podían creer que el hombre vital de 54 años que conocían tan bien y que tanto querían —amoroso esposo, padre de dos hijos, abnegado médico— estaba postrado en una cama con pocas posibilidades de sobrevivir lo que parecía ser una rara infección que le atacaba el cerebro. Así, con los ojos cerrados y ajeno al mundo, permaneció siete días.
Pero lo que nadie sabía era que durante ese período de coma, el Dr. Alexander asegura haber explorado el mundo de los muertos. Y he aquí donde el libro se torna un poco confuso, con pasajes como: “Cada vez que me encontraba nuevamente estancado en el rudo Ámbito de la Visión de Lombriz de Tierra, podía recordar la luminosa Melodía Giratoria, que abría nuevamente el portal hacia la Entrada y el Centro”.
Para hacerle justicia al autor, debo aclarar que él explica los conceptos de “Ámbito de la Visión de Lombriz de Tierra,” “Melodía Giratoria,” “Entrada” y “Centro”, pero no son fáciles de entender.
Lo que sí es obvio es que el Dr. Alexander dice haber estado en el Cielo, y regresó a la vida porque no era su momento. La descripción de su retorno es maravillosa y emocionante. Siente como su alma —no encuentro otra palabra para describirlo— pasa de un mundo al otro.
“Baje por los grandes paredones de nubes. Me rodeaba un murmullo, pero no podía comprender las palabras. Entonces me di cuenta de que un sinnúmero de seres me estaban rodeando, arrodillados en arcos que se entendían a la distancia. En retrospectiva, me doy cuenta de lo que estaban haciendo estas jerarquías de seres mitad vistos y mitad sentidos, entendidos en la oscuridad arriba y abajo. Estaban rezando por mí”.
Entre las muchas cosas que dice haber aprendido durante su viaje al otro mundo, está este concepto sobre la existencia del mal: “Vi la tierra como un punto azul pálido dentro de la oscuridad inmensa del espacio físico. Podía ver que la tierra era un lugar donde se mezclaba el bien con el mal, y que esta era una de sus características únicas. […] Que de vez en cuando el mal pudiera tener la delantera era algo sabido y permitido por el Creador como una consecuencia necesaria de dar el regalo del libre albedrio a seres como nosotros.
Pequeñas partículas de mal fueron esparcidas por todo el universo, pero la suma total de todo ese mal era un grano de arena sobre una playa extensa en comparación a la bondad, la abundancia, la esperanza y el amor incondicional en el que se encontraba literalmente inundado el universo”.
Palabras que se sienten como un bálsamo, especialmente en estos días cuando el país acaba de ser sacudido por la violencia de atentados terroristas e incidentes con armas de fuego.
El Dr. Alexander, totalmente recuperado de la infección que casi lo mata, mantiene su inteligencia y su amor por la ciencia y, en los últimos capítulos, trata de explicar científicamente lo que le pudo haber pasado en esos días. Pero no logra convencerse a sí mismo ni a los lectores.
Él sabe que dudamos y entiende que así sea. Los que ya creen, al leerlo, creerán más. El libro no convencerá a los que no se pueden imaginar la vida después de la muerte, pero hay que darle crédito al Dr. Alexander por tratar de explicar lo que no se puede. Su libro, como la religión, es un acto de fe.
Entre las muchas cosas que dice haber aprendido durante su viaje al otro mundo, está este concepto sobre la existencia del mal: “Vi la tierra como un punto azul pálido dentro de la oscuridad inmensa del espacio físico. Podía ver que la tierra era un lugar donde se mezclaba el bien con el mal, y que esta era una de sus características únicas. […] Que de vez en cuando el mal pudiera tener la delantera era algo sabido y permitido por el Creador como una consecuencia necesaria de dar el regalo del libre albedrio a seres como nosotros.
Pequeñas partículas de mal fueron esparcidas por todo el universo, pero la suma total de todo ese mal era un grano de arena sobre una playa extensa en comparación a la bondad, la abundancia, la esperanza y el amor incondicional en el que se encontraba literalmente inundado el universo”.
Palabras que se sienten como un bálsamo, especialmente en estos días cuando el país acaba de ser sacudido por la violencia de atentados terroristas e incidentes con armas de fuego.
El Dr. Alexander, totalmente recuperado de la infección que casi lo mata, mantiene su inteligencia y su amor por la ciencia y, en los últimos capítulos, trata de explicar científicamente lo que le pudo haber pasado en esos días. Pero no logra convencerse a sí mismo ni a los lectores.
Él sabe que dudamos y entiende que así sea. Los que ya creen, al leerlo, creerán más. El libro no convencerá a los que no se pueden imaginar la vida después de la muerte, pero hay que darle crédito al Dr. Alexander por tratar de explicar lo que no se puede. Su libro, como la religión, es un acto de fe.